3.02.2010

EL SONIDO DEL VIENTO


JUICIO. PARTE I.

Duermo pero estoy consiente, y mientras escucho el sollozo de las sirenas que no pueden seducir a la destellante y espectadora luna, que solo mira como la noche que le acompaña cubre con su manto todo lo que debajo de ella esta.

Escucho el sonido del viento al golpear las copas de los árboles, que inertes tiemblan en silencio al saber de los secretos que el aliento de las estrellas les susurra al oído. Trato de saber lo que les cuenta el viento pero no puedo, el no quiere que lo sepa.

Entonces me acurruco en mi estrecho lugar y trato de dormir, pero el frío carcome mis huesos y mis ideas se congelan con mis pensamientos, el interminable fluir de sueños, sueños cortados a la mitad por esta prisión que rodea mi ser enteramente.

Escucho el suave deslizar de las frías nubes, que sueltan cantos ante el oscuro y sombrío firmamento, solo el cantar de las aves nocturnas se deja escuchar más cercano a mi letargo, grito fuertemente, pero mi voz no sale de mis labios. Labios que ahora están sellados por las heladas caricias de la tierra que me abrasa con una fría compañía de los gusanos que se deslizan a través de ella en busca del carnal néctar que les da vida.

Vida que robaran a cada pedazo de mi cuerpo que lentamente devoraran, mientras no puedo hacer nada siento como mi ser desaparece bajo tierra, escucho las pisadas del sepulturero, fiel servidor de la muerte, como sus Ángeles que toman las almas para acompañarlas hasta el juicio y purgatorio, pero ningún ángel ha venido por mi alma, sigo esperando el juicio.

Velo por que pronto acabe esta agonía, aun escucho alejarse las pisadas de aquel hombre de muerte sobre la hojarasca del camposanto, grito pero parece no escucharme, he lastimado mis manos al arañar todo el féretro en el que fui bajado a tierra.

No puedo evitar que mi energía vital escape de mi cuerpo mientras mis gritos se apagan con el canto de las ninfas que tintinean en el cielo nocturno, mientras las aves de la noche cantan al unísono del viento y el rechinante sonido de la vieja carreta de quien a de guardar las almas de los impíos.

Y el viento que revolotea levantando las hojas de los árboles me dice al oído, descansa en Pas amigo, solo debes soltar tu alma para que sea juzgada como las de todos los muertos. Esta ves no despierto, solo de mis labios sale el último suspiro y dejo de existir en este plano, para pasar a la eternidad, cualquiera que sea mi destino.

FIN


J.C. WENDIGO.

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